El Güegüense (Versión actual)
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Fue un adiós en una tarde gris de melancolía,
de un susurro prolongado de un labio de rosa
que en el pecho tembló; ni el orgullo valía
para el Centauro acostado al borde de la fosa.
¡Adiós Centauro! dijo Bella, virgen y pura.
Huye el Centauro; galopa con sed de suspiros
con la angustia del dolor que revela amargura
« Solo si es dolor, y no miedo cuando te miro»
En un cuerpo de mármol el Centauro divisa
¡Es ella! Bella con una sonrisa de guirnalda
entre laureles y rosas el Centauro aprisa.
Bella con el beso del olvido da la espalda,
viene el Sátiro y se la lleva con la brisa.
¡Centauro que lloras tristes gotas de esmeralda!
En el viejo pantano
de la terrible bruja que ni en el rostro sonrisa dibuja,
por lo profano y horrible que su vergüenza apena,
arrastrada por lo mundano de la magia entre sus venas,
se asoma a la luz
que ofrece otra mañana de armonía
para sus oscuras penas.
Alista su caracol sonoro
y con un golpe de su cuchara de oro,
despierta a su amigo el sapo Teodoro,
que en el charco
rodeado de hongos se reviste como solemne moro,
y que pálido de hambre brinca,
pasando por el lodo y las semillas de porós
que saludan esperando en sus calabazas;
el precioso tesoro del jugo matinal de cuernos de toro.
Listas las tazas de jugo,
decoradas con semillas de mostazas, pasas, ciruelas
y algunas moscas que el sapo mismo caza.
No pudo el sapo beber
la savia bruta de la bruja
que mentir sabía
pues tenía mas de astuta
que de paz absoluta en su sentir.
Envenenar al sapo quería
y brinca que brinca el sapo entre porras y... harapos
que después de varios ratos
en la barriga de la bruja, yacía.